Un día nació un avecilla, pequeña y oscura, ninguna gran obra de la naturaleza. Nadie esperaba nada de esa avecilla, estaba destinada, como todas las demás, a tener un nido y buscar comida. Resulto que el ave negra, se dio cuenta que era una paloma, y aprendió a volar, pero en sus primeros vuelos su madre, una paloma gris, no le permitía subir muy alto o ir muy lejos, pues la comida estaba bajo el árbol y no había necesidad de cansarse tanto. Por un tiempo esta palomita oscura decidió dar vuelos cortos y copiar las rutas que su madre le enseñaba, pero un día, se quedo atorada en la copa de un árbol y se le ocurrió ver hacia el horizonte, fue entonces que vio las montañas, las colinas y lo ancho del bosque, y en medio de todo, un río, que estaba muy lejos y que desembocaba en una gran mancha azul, muy parecida al cielo, solo que se encontraba debajo del sol, o al menos así le parecía. Cada tarde el ave subía a la copa de su árbol y miraba aquella mancha azul que resplandecía. Y veía a algunas aves, hundiéndose en aquel azul intenso. Veía y suspiraba, y pensaba que su árbol era hermoso, ¡pero que ganas de sentir ese otro cielo! Así, pasaba las tardes mientras crecía y un día su madre le dijo que otros pajarillos venían en camino y que ya no estarían solas, pues un pájaro amarillo seria el encargado de traerles comida mientras nacían las nuevas palomitas. Aquel pájaro extraño invito al ave negra a volar más alto de lo normal, pues siempre estaba en el nido y ya no había espacio para nadie, más que para él, su madre y los huevecitos. Pasaron días, meses y los huevecitos se abrieron. Los pajarillos eran hermosos pero demandaban más espacio aún, así que nuestra paloma se pasaba todo el día volando y buscando comida. Así conoció a otros animalillos del bosque, una lagartija, un búho, algunas ardillas y muchas palomas. Una tarde, estaba platicando con el señor lagartija cuando paso un pájaro nuevo, una golondrina que se dirigía hacia el sur. La golondrina se paro a descansar en el árbol de la paloma y conoció a los habitantes del árbol aquel, los cuales, la veían con recelo pues era un ave migratoria que nunca se quedaba en ningún lugar, ni de aquí ni de allá, siempre buscando aventura. La paloma y la golondrina se hicieron grandes amigas y una tarde la golondrina se despidió, pues tenía que volar hacia la mancha azul, atravesarla y ver a donde la estaba llamando el destino. ¡No te vayas! le decía la paloma, ¡acompáñame, hagamos un nido nuevo y vivamos en él, tendremos polluelos, comeremos cosas nuevas y veremos la mancha azul todos los días! La golondrina no acepto tal ofrecimiento y le propuso a la paloma que fuera su compañera de viaje, ¡veremos y sentiremos la mancha azul, comeremos lo que hay dentro de ella y conoceremos nuevas aves! La paloma se espanto, tenia miedo, solo había oído de la gran mancha lo que el búho y algunas aves le contaban, pero ellos sólo lo sabían de oídas, porque ninguno se había sumergido en esa mancha tan grande. El miedo la paralizó por un tiempo, pero decidió acompañar a su amiga. Y emprendieron el vuelo. Lo que la paloma no sabia es que las golondrinas son aves que nacen libres y después de un tiempo de volar juntas, de cruzar las montañas, comer semillas nuevas y pasarla mal en la lluvia y el frió. La golondrina decidió dejar a la paloma, pues había decidido cambiar el rumbo. Le dijo que no se preocupara, pues ella estaría cerca pero no podría hacer ese viaje a la mancha azul en ese momento con ella. La paloma lloro, como pocas veces se ve llorar a un ave y se dio cuenta que debía regresar al nido, y lo hizo por un tiempo. Los polluelos ya habían crecido y el pájaro amarillo se había ido, pero el espacio seguía siendo poco. Un día se dio cuenta que ahora ella tendría un polluelo y se dedico solo a cuidar al huevecito, hizo un nido pequeño al lado del nido de su madre y todos los días le contaba al huevito lo que había visto en su corto viaje. Cuando el huevo se rompió, el polluelo resulto ser una golondrina, no era una paloma negra, como ella, o gris, o blanca, como su madre y abuela, era una golondrina como la de su viaje aquel. La paloma le enseño al polluelo a volar, a tomar los gusanitos, las semillas y a arroparse bajo su ala, pero cuando el pollito dormía, la paloma subía a la copa del árbol y veía hacia la mancha azul. Así pasaba las tardes hasta que se encontró se encontró a un ave, era un ruiseñor. El ruiseñor era un ave realmente bella y se la pasaban platicando, hablaban de los viajecitos cortos que hacían de vez en cuando, de los lugares a donde querían ir y de lo mucho que disfrutaban al volar juntos. Un día la paloma le contó al ruiseñor que ella quería ir a la mancha azul, el ruiseñor le dijo que él también quería eso, pero de antemano le advirtió, -tú eres una paloma negra y creciste al lado de un búho que te ha dejado la costumbre de volar de noche, yo, soy un ruiseñor, sé que volar de noche no es bueno y menos para tu pequeña golondrina. No es conveniente que el viaje lo hagamos juntos, pues yo solo puedo volar de día y tu solo ves hacia la mancha azul cuando el sol esta por esconderse, lo mejor es hacer el viaje por separado, reunirnos en las tardes para mirar como el sol desaparece en la mancha azul, pero me parece que no llegaremos juntos a las orillas de ese lugar. La paloma se sintió desconsolada y le contó su pena al búho, el búho que era un ave sabia, le dijo que no era malo ser una paloma con hábitos nocturnos, pues la oscuridad tenía una magia distinta a la de la luz, pero una no podía existir sin la otra, pues a pesar de ser diferentes se complementaban, lo importante era tener la magia siempre viva, esa magia que el ruiseñor y la paloma habían construido en cada vuelo; además, la pequeña golondrina era un ave libre y aventurera que pronto le exigiría volar lejos ¡no te preocupes! le dijo el búho, -la golondrina aquella de tu primer viaje vendrá por su polluelo, pues las aves migratorias hacen eso, van y vienen, pero siempre recuerdan a los que dejan. Entonces el ave decidió despedirse de la parvada de palomas, que por cierto la mayoría eran blancas y grises con hábitos muy estrictos, y decidió invitar al ruiseñor a iniciar el viaje, él lo haría por el día y ella por la noche, se verían al atardecer para volar un rato juntos, mientras la pequeña golondrina dormía. Ya habían iniciado el vuelo y las demás aves ya los identificaban como compañeros de viaje, pero el ruiseñor decidió que ya no seria correcto ver a la paloma negra por las tardes, pues él era un ruiseñor y necesitaba vivir como tal; además, la paloma era una necia y no aceptaba más que el volar de noche. Decidieron volar por separado y no verse por un tiempo. La paloma decidió continuar a pesar del dolor de apartarse de su compañero, pues, su ausencia le dejaba un vacío tan grande que no pudo más que entregarse por completo a los vuelos nocturnos. La paloma y el polluelo descansaban una tarde en una rama cuando apareció la golondrina del primer viaje. Abrazo al polluelo, que era del mismo color que ella e invito a la paloma a seguir el viaje juntos. La paloma se sentía triste, pues no vería a su amigo el ruiseñor, le gustaba volar a su lado, y reír con su canto, planear en el aire, inventar subidas y bajadas, en fin, se dio cuenta que el ruiseñor aquel era su más querido compañero de viaje. Pero decidió conocer de una vez por todas aquella mancha azul, a la que el ruiseñor había oído llamar “la mar”. Emprendieron pues el vuelo, lo iniciaban en las tardes y volaban hasta muy entrada la noche, y a veces, de reojo, en el atardecer o mientras descansaba de sus vuelos nocturnos, la paloma veía como es que planeaba el ruiseñor, ahí en medio del cielo bajo la luz del sol. Pero la paloma aquella creció al lado de un búho y adoraba la noche, y la golondrina era una aventurera que siempre estaba dispuesta a probar cosas nuevas, por lo que su viaje fue tranquilo, pero ambos sabía que la magia que necesitaban para vivir, estaba al lado de otras aves, y en el caso de la paloma, la magia se encontraba al lado del ruiseñor. Volaron días y meses, el polluelo crecía y se hacia más fuerte, cada vez necesitaba menos de la golondrina y de la paloma. Ambas, veían con gusto que pronto emprendería el vuelo sin miedos. El viaje a la mar era muy largo, mucho más de lo que todos habían esperado, pero durante todo ese tiempo, siempre, a lo lejos, el ruiseñor y la paloma se veían al atardecer y pensaban que tal vez cuando estuvieran cerca de la mar, cuando la paloma fuera capaz de volar de día, y el ruiseñor de dejar un poco la luz del sol, podrían terminar su viaje juntos y zambullirse sin problemas en el mar azul de este cuento, que como todos los cuentos, necesita de un mundo nuevo.
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