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viernes, 20 de noviembre de 2009

Recuerdo de la muerte olvidada

A pesar del frío y a pesar del miedo seguimos caminando. Nuestra marcha lleva tres generaciones, caminamos al origen, no sabemos bien a dónde. Somos muchos, aún cuando algunos se han quedado en la vereda. La esperanza de repente nos acompaña, pero sólo tenemos el hoy, el instante, el paso que damos rumbo a nuestro destino.
Todo comenzó en la aldea de mis abuelos, un lugar pequeño en medio del Valle, donde las personas dicen que no morían. En ese Valle nacieron mis padres, ellos creían en la vida eterna.
-¿Cómo no creer que el futuro era eterno?- Me contaba mi madre. – Cuando pasábamos los días transformando nuestro pueblo.
Así era. Trabajaban día y noche haciendo caminos, comercios y escuelas, construyendo todo aquello necesario para el futuro. En ese camino se perdió la aldea y nació una ciudad, el territorio se hizo cada vez más pequeño y fue necesario invadir los bosques, desiertos y montañas hasta que llegaron a otras aldeas, algunas fueron dócilmente absorbidas, pero otras se negaron a cambiar su forma de vida. -Era pertinente acabar con aquellos necios- Así inicio la guerra, se produjeron armas, bombas y ejércitos, conocieron la muerte.
No es que antes fueran eternos, simplemente la muerte era un estado ignorado, mi abuela decía que la gente solo desaparecía y volvía a aparecer en otras formas. Se transformaban en sueños, visiones, colores y esencias. Nadie era olvidado y la continuidad de la existencia era una realidad. La guerra trajo el olvido. Las muertes eran tantas y tan horribles, que el recordar a la persona perdida se volvía un recuerdo doloroso. La muerte había llegado y ya nadie la dejo ir.
Así el Valle se torno desierto, las montañas se llenaron de tumbas y los bosques eran trincheras. Pero las armas fueron ineficaces para la muerte sistemática de los poblados en resistencia, los aldeanos huían a las montañas más altas, habitaban las cuevas y el encontrarlos era tarea imposible para un citadino. Los ejércitos sabían de la existencia de ellos cuando realizaban ataques a las ciudades o saqueaban comercios. Nada podía aniquilarlos por completo.
Por aquellos días, un General que buscaba llenarse de gloria, descubrió que los ríos y manantiales serían la mejor ruta para terminar con los rebeldes, pero el veneno sería contraproducente y no quería llevar a la muerte a sus aliados. Entonces, notó que los rebeldes tenían, como los abuelos, la esperanza y el sentido de continuidad de la existencia, características que les otorgaban esperanza. La pregunta era sencilla, ¿cómo acabar con el ánimo de aquellos pueblos? ¿Cómo dejarlos sin alma, sin esperanza?
Como nunca, el General se puso a estudiar la historia de la guerra, busco entre los libros, periódicos, revistas y archivos, vio las noticias de veinte años atrás. Al final encontró el arma más letal… el olvido.
Se dio cuenta que los primeros pueblos en transformarse en ciudades olvidaron sus raíces, olvidaron su historia y después olvidaron a sus muertos. La formula era sencilla, dejar que el olvido, cual veneno liquido, corriera por todos los ríos y lagos. Así buscaron embotellar altas dosis de olvido y todo el valle y las montañas fueron infectadas. En pocos días el agua llego a las casas y como una epidemia los rebeldes empezaron a olvidar, olvidaron su lucha, olvidaron sus sueños, olvidaron su pasado y olvidaron a sus muertos, la esperanza se fue.
Dos generaciones construyeron grandes ciudades, los vicios, la violencia y el desamor fueron cosa de todos los días, hasta que un día, algo inesperado sucedió. El General aquel, él, culpable de la enfermedad, nunca enfermó, sin embargo, el contagio fue inevitable pero dado que su memoria era fuerte, su dolor también. Así que un día, dejo correr el rumor de que una enfermedad había provocado la pérdida de esperanza. -Tal vez, sea cosa del olvido- dijeron en el noticiero.
Los científicos y todo aquel que curara enfermedades empezaron a buscar la cura, no podían hallarla, pero encontraron el veneno culpable de su eterno presente. Por alguna causa no corrió afuera del valle y aunque la epidemia abarcaba gran territorio, era posible aislar enfermedad tan letal.
Así en una reunión histórica, que casi nadie recuerda, se acordó y se estableció por escrito, que todos saldríamos de aquel valle, caminaríamos lo que fuera necesario y llegaríamos más allá del lugar donde nacieron mis abuelos, del otro lado de las montañas, cruzaríamos el mar si era necesario.
Nadie recuerda el camino, nadie sabe a dónde vamos, caminamos cuando la esperanza aparece en nuestros corazones, ese destello se vuelve nuestra dirección. Hace unos días encontramos la última de las ciudades… sabemos que estamos muy cerca.
Algunos han muerto en busca de la cura. El General, no soportó la travesía y una mañana se dio un tiro. Los que quedamos, seguimos caminando, tratando de salir de este valle de muerte y olvido, tratando de encontrar, en el otro y en nosotros mismos, la esperanza suficiente que da el recuerdo de lo que ya se ha vivido. Pero también buscamos nuestros sueños, esos que un día acompañaran algo más que la cura de esta enfermedad provocada por nuestro olvido. Un día dejaremos de provocar nuestra propia muerte. Entonces, mis ojos y mi alma verán a mis abuelos, y la muerte ya no será olvido.