Hoy, hace doce años que te vi por última vez. Nunca he escrito nada sobre ti, y he hablado muy poco al respecto, por eso creo que ya es tiempo de que exprese la enorme influencia que ejerciste sobre mí, sobre mi vida, y tal vez, sobre mi destino.
Creo que siempre supiste que fuiste el primero, de verdad el primero en mi vida, lo que creo que nunca supiste fue la seriedad con la que yo te veía cada vez que me hablabas. Yo esperaba, esperaba crecer un poco, al menos hasta tener la certeza de saber lo que era un hombre y una mujer, pero te fuiste justo cuando empezaba mi viaje. Tu partida fue tan repentina y tú vida tan breve, que nunca hubo tiempo de nada para mi.
Hoy, a doce años de tu partida, me doy cuenta que no sólo aprendí de ti el gusto por la trova y la protesta. Hoy, me doy cuenta que tu partida rompió con todos mis esquemas. Te fuiste y no sólo dejaste tu ausencia, dejaste la angustia que provoca la conciencia de la mortalidad, de mi mortalidad. A veces un instante cambia la vida, la mía y la de todos los que te queríamos cambiaron cuando te fuiste, un amigo diría “la vida es eterna en cinco minutos” y tiene razón, tú vida se fue en cinco minutos, y hoy, a doce años me sigues doliendo. Maldita canción que siempre me recuerda tu partida, sobre todo porque fue en tu voz en la que la oí por primera vez.
Hace doce años, decidí correr, oler, probar, en una palabra, vivir intensamente, pues, siempre ha estado presente la idea de que un día no me dará tiempo de despedirme, como tú, que no te despediste de nadie. Hoy, tengo la edad que tu tenías al irte y pienso que tal vez he vivido más que tú, pero jamás lograre cantarlo, ni tocarlo, ni hacer que una persona me recuerde como yo te recuerdo a ti. Tú me empujaste a volar, a ser libre, a vivir, pero lo hiciste tarde, lo hiciste con tu ausencia. Hoy, que tengo la edad que tú tenías cuando te vi por última vez, te desprecio porque nunca me hablaste de la soledad que implicaba el ser libre, porque nunca me dijiste que dolería tanto el salir del árbol, de la jaula, de la casa, porque no me explicaste que el llevar la vida que tú me enseñaste sería un eterno y solitario caminar.
Hoy, recuerdo a Rockdrigo en tu voz y pienso que los dos deberían prestarme una máquina del tiempo, porque hoy, como nunca, quisiera regresar atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario