"Para Renacho, por enseñarme los colores de la vida a pesar de la distancia"
Miles de colores jugueteaban un día, la luz y al oscuridad palidecían y encendían el mar y el cielo, el verde se convertía con calma en un azul oscuro, el rojo se fundía con el amarillo; todo era un caos de colores. Árboles rosas, nubes moradas, pastos azules. De repente el azul, el verde, el rojo, la luz y la oscuridad chocaron y hubo una explosión enorme de tonalidades. El color se regó por el mundo y dentro de la explosión algunos colores se enamoraron, así sin más, hicieron el amor el verde y el rosa, el azul y el rojo, la luz y la oscuridad. Cuando aquello termino, creyeron haber muerto por un segundo, sintieron como la vida se les iba y perdían su esencia. Al alejarse, al volver la calma, sintieron tristeza. Querían volver a abrigar el amor que habían sentido, tenerlo siempre, preservarlo. Intentaron volver a crear el caos aquel y volver a fundirse, pero una fuerza mucho mayor los detuvo. El mundo se quedaría tal y como estaba después del estallido, nadie pintaría una rosa o una amapola de otro color. Se sintieron desdichados, vacíos. Y aunque colorido, el mundo había perdido el brillo. Entonces aquella fuerza represora, les concedió un momento de soledad, se fue a ver otras partes del universo. Cuando los colores se dieron cuenta, decidieron algo, se fundirían todos, el verde, el azul, el rojo, la luz y la oscuridad y en medio del éxtasis de su amor, forjarían a una criatura de colores, y lo harían en ausencia del tirano aquel. El amor se hizo presente, la muerte fue testigo, y todo lo divino avalo el suceso. Al regresar, el todo poderoso vio la calma en el mundo, pero también pudo percibir el brillo y el tono rosado del cielo, vio como los colores no podía ocultar sus sonrisas y como la luz tomaba a la oscuridad de la mano con un aire materno en los ojos, y allá, en medio de los bosques, alcanzó a ver al hombre de los mil colores. Era pequeño, delgado, pero perfecto, con ojos que veían dentro de cada ser vivo, oídos que escuchaban lo que las palomas decían a miles de kilómetros, con una nariz frágil que percibía al mundo en el centro de su esencia, con dos piernas que lo llevaban a través de la tierra, pero, la más grande cualidad de aquel ser eran sus manos, lo dotaron con unas manos que podían darle color a cualquier espacio en blanco y copiar el mundo, cambiarlo, volver a la gente verde y a los lirios rosas, hacer todo eso que a sus padres les negaron. Sus manos lo llevaban a transformar los espacios más lejanos y a tocar el alma de los desconocidos. Aquel ser supremo se sintió retado, entonces decidió expulsar del paraíso a aquel ser producto del más sublime deseo. Pero, sabía que no podía eliminarlo, así que lo convirtió en un ser de carne que conservó todas sus cualidades, así, el hombre andaría por el mundo dejando sus colores y transformando su entorno. Para que, un día, la muerte se lleve su cuerpo y sus colores le den al mundo un alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario