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martes, 27 de octubre de 2009

SABINES

Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nadoy estar en todas partes en secreto.

Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discretocalor de Dios,
y en su cerradopuño, crecer igual que un feto.

Morir es encenderse bocabajohacia el humo y el hueso
y la calizay hacerse tierra y tierra con trabajo.

Apagarse es morir, lento y aprisa,
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.

lunes, 19 de octubre de 2009

מריה III

Aun extraño el olor de las cuevas de aquella serranía. Cuando entraba a nuestro hogar el olor a tierra mojada y agua de manantial podían volverme loca por completo; la sensación de frescura y de libertad que experimenté en aquellos años es algo que probablemente quiera recordar el último segundo antes de morir. Me pregunto ahora, viéndote ahí, la última imagen de tu rostro en mi mente ¿tendrá que ver con este mundo? Siempre pensé que no te vería morir. Aquella tarde en la que te conocí fue un suceso de esos que dividen la vida.
Los acontecimientos de mi infancia y juventud me habían convertido en aquella mujer. Arrogante para muchos, temerosa en realidad. No sabía que no estaba permitida la entrada al templo solo por el hecho de ser mujer, no sabia que no debía expresar mi opinión, ni que mi lugar era detrás de un hombre. No sabía nada. Crecí en medio de la libertad – libertinaje- dijeron ellos.
Mi padre no fue un hombre conservador, era un soñador que creía en la libertad de los hombres y los pueblos. Cuando niño fue secuestrado y convertido en esclavo, y un soplo de buena suerte le llevo a su liberación, en el camino se encontró a mi abuelo, quién con el tiempo le permitió estar con mi madre. Así, dos seres que crecieron sin ataduras se encontraron con las cadenas de un imperio que se expandía. Huyeron de su pueblo, llegaron al mío, allí mi hermano y yo nacimos, en un lugar con reglas impuestas por gente que no conocíamos. Afuera el mundo era distinto, adentro todos éramos iguales.
Un día los soldados apresaron a mi padre, se negó a darles tributo, ahí fue donde inicio la guerra. Se reunía cada tarde con algunos vecinos, después con gente de otros lados, un día le dijo a mi madre que si quería ser libre debía aprender a leer los textos. Cada noche, se sentaban en la mesa a repasar papeles, yo los veía y me quedaba dormida en su regazo. Mi madre aprendió otras lenguas, mi padre ya casi no estaba en casa. Así, crecimos entre papiros, discusiones y viajes a lugares lejanos. Las nuevas personas que nos rodearon eran muy amables pero recuerdo que se les sentía muy tristes, al morir mi madre, papá adopto esa tristeza, y seguramente mañana, mi rostro en el lago me dirá que a mis ojos les falta tu reflejo.
Así, el día que te conocí fue el día que me expulsaron del templo, entre sin recato alguno y tome los pergaminos que estaban en el altar. Ya había escuchado de la sabiduría y belleza de aquellos manuscritos, debía tocarlos, olerlos, leerlos. Recuerdo aquella escena. Vi el lugar, el más grande que había visto jamás, entre, y al poner un pie las personas empezaron a gritar, se agarraban los cabellos y me decían cosas que no podía entender. Seguí caminando y me acerque al altar, detrás estaban los manuscritos, los tome y los extendí sobre aquella gran mesa, el material del que estaban hechos era simplemente hermoso, aún recuerdo la sensación de mis manos al tocarlos. Vi a mí alrededor y vi que el silencio era absoluto, los hombres me miraban con asombro. Será que no me conocen, pensé. Me pase un buen rato leyendo, de repente entraron los que supe eran los sacerdotes. Me gritaron, me empujaron y unos hombres me sacaron a rastras del lugar en la calle la multitud se arremolinó y empezaron a lanzarme piedras, corrí hasta que las calles me llevaron a un callejón, creí que moriría; entonces llegaste tú, a contra luz tu silueta era de una fragilidad casi femenina, oí que gritabas algo a la muchedumbre, dibujaste unos símbolos en el piso mientras los demás se marchaban uno a uno. Pude reconocer aquellas líneas de arena, los textos de mi padre los llevaban todo el tiempo… me sentí segura.
Cuando todos se fueron tomaste mi mano, caminamos sin hablar y me llevaste a una casa, allí, las mujeres curaron mis heridas. Cuando ya me sentía mejor me llamaste por mi nombre: - María.
Entonces supe quién eras, te había visto en las cuevas de la serranía, vivías con los maestros, esos a los que mi padre visitaba diario. Eras callado como ellos, de cabellos largos y cuerpo delgado, un poco mayor que yo, y sin interés para mi. Encerrado todo el día entre papiros, el calor de la arena, el frescor de los manantiales y la suavidad del viento no tenían en ti ese efecto embriagante que tenían en mí. Recuerdo aquellos días en los que corría de entre las ovejas hasta los manantiales, leyendo bellas historias bajo los árboles, ayudando a mi hermano a preparar la cena. Era tan feliz en esos días.
Un día no te vi más, después los maestros se fueron uno a uno. Nosotros también nos fuimos, mi padre, al igual que todos, tenía una misión. Su deber, asesinar a uno de los generales enemigos. Una madrugada se fue con algunos hombres, jamás volví a verlo. Después mi hermano y yo nos acercamos a los poblados, con cautela, con timidez. En pocos meses él olvido todo lo aprendido, aprendió un oficio, encontró mujer y se dedico a mantener a su familia. Un año viví con ellos, después decidí reencontrarme con los antiguos compañeros.
Al principio una familia de las afueras de la ciudad me permitió quedarme a su lado, el idioma era difícil de entender, sobre todo porque cada pueblo tenía diferente pronunciación. Aquel matrimonio veía con recelo mis horas dedicadas al estudio; un día me di cuenta que ya no podía vivir más ahí. Me fui a la ciudad, vagué durante días, conocí hasta el último callejón de la ciudad, y al conocer el templo te encontré.
La vida a tu lado fue rica en conocimientos y vivencias, de ser mi maestro, te convertiste en mi amigo y un día simplemente el amor llego. Nuestras almas y cuerpos no podían estar lejos. La lucha nunca fue más dulce.
Pero, nuestra causa se hizo popular y nuestros mensajes cada día tenían más voces. Los días eran largos entre reuniones mías con los maestros y discursos tuyos con el pueblo; las noches se iban en preparar la jornada siguiente, escribir, crear y amarnos al final.
Encontré en tus brazos la paz que solo el amor puede otorgarle a un alma solitaria. Cada beso y cada caricia me llevaban a encontrar en tus ojos a un hombre distinto. Podía volar mientras recorría tu cuerpo y sentir como la vida se me iba por momentos. Moría y renacía nuestra carne entrelazada mientras nuestras almas se volvían una sola. El amor llenaba la vida.
Un día te llevaron preso mientras preparábamos la gran conspiración. Los detalles son tan crueles que un día espero poder olvidarlos. Hoy, estas allí, con los brazos extendidos, como tu padre, tal vez como el mío. Veo el miedo en los compañeros y las palabras tras mis espaldas me dicen que nadie te conoció como yo.
Te veo y no tengo miedo del futuro, aún me quedan fuerzas para construir ese mundo que un día soñamos. Sé que debo irme muy lejos, perderme otra vez en las serranías, morir un poco y aprender a vivir con la tristeza en mis ojos. No tengo miedo y el viaje no me ha cansado, mañana me iré sin quedarme atada a tu cuerpo muerto, recordaré la vida a tu lado y volveré cuando los tiempos lo permitan, hoy no me han vencido pues sé que un día volveré y la vida será tal y como la soñamos.