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miércoles, 19 de noviembre de 2008

EXTRAVIOS

El pequeño niño se encontraba explorando cada rincón de su nueva casa. Cada armario, cada cuarto, cada cajón o hueco en el que pudiera entrar su pequeña mano era examinado con singular curiosidad. Al llegar al sótano, que era húmedo y oscuro, sintió algo de miedo, pero aún así decidió dar ese primer paso que rompía barreras que muchos humanos jamás tocarían. Emilio alcanzaba a ver una pequeña caja que parecía tener luz propia, y en medio del resplandor parecía que en cada una de sus paredes subían y bajaban pequeñas manchas de formas y colores tan diversos que sería imposible recordarlos, de hecho el pequeño nunca lo logró, pues de aquella imagen solo guardo el recuerdo de haber visto por unos minutos como se le ofrecía el caos en una cajita. Un paso, dos, diez escalones más para llegar a ese objeto que era iluminado por un claro hueco del sucio ventanal. No faltaba mucho, solo unos pasos más para acceder a lo que se guardaba en el rincón más profundo de esa casa. La emoción que sentía se mezclaba a un olor agridulce que lo perturbaba, no es que oliera mal, solo era un aroma distinto que le hacia más difícil negarse a aquel encuentro, solo faltaban unos pasos más. -¡Emilio no te metas allí!- Oyó que gritaba su padre.-Solo por hoy no lo escuchare.- Pensó el niño. Cuando, de repente, sintió que unos brazos enormes lo envolvían y levantaban su cuerpecito, alejándolo de todo eso que encerraba aquella caja que días después despareció del sótano. Emilio ascendía por la escalera en los brazos de su padre y por un momento odio a ese hombre que le robaba tan singular experiencia. Jamás volvió a encontrar algo semejante a la misteriosa caja del sótano. De hecho, aprendió, con el tiempo, a evitar todo aquello que no siguiera las reglas que le enseño su padre. Emilio creció y no fue un hombre infeliz, pero ese día, dejo de sentirse completo.

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