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viernes, 3 de julio de 2009

מריה II

El olor a aserrín de aquellas manos me dio tranquilidad. Los soldados se perdieron entre los árboles y mi boca fue liberada. Era mi padre, las mujeres que estaban en el lago le avisaron lo sucedido, pero cuando llego ya era muy tarde. Caminamos con la lentitud de quien no quiere llegar a su destino. Los soldados se habían ido, pero ella seguía ahí.

Una mujer le echo una manta encima, pero manchas oscuras cubrían su cuerpo. Mi padre soltó mi mano y se hinco ante ella. Recuerdo el calor del sol que ya se asomaba por completo inundándolo todo. Él, lloró abrazando aquel cuerpo y por un momento me pregunté por qué lo hacia, lo que esa manta cubría era a una persona desangrada, amarillenta, y un rostro que se parecía al que unos momentos antes me llevaba por agua al río.

Josué llego corriendo detrás de mí gritando -¡Madre! ¡Madre mía! ¿Qué te han hecho?
Supe entonces que se trataba de mi madre. Las lágrimas inundaron mis ojos al pensar que no la había reconocido, no sé por qué lo hice, aún sigo sin reconocer mi propio rostro. Mi hermano me abrazo mientras mi padre la tomaba entre sus brazos y las mujeres nos rodeaban entre gritos y sollozos, así fue el camino a casa.

Mi casa, jamás regrese a ese lugar. Unos metros antes, mi padre entrego el cuerpo a uno de mis vecinos, tomo mi mano y el hombro de mi hermano mientras dábamos la media vuelta rumbo a las montañas, a mi nuevo hogar.