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martes, 27 de enero de 2009

Gueela Cahui I


Lucía tiene mucho tiempo trabajando en la montaña, ya ni se acuerda exactamente cuánto, ahí los días pasan lentos, más bien pareciera que no pasan nunca. Llegó con el propósito de poner en marcha el proyecto de cultivo más ambicioso que había planeado, nada de lo hecho anteriormente se le podía comparar. Objetivos claros, agenda, una metodología increíblemente respaldada, y sobre todo, la seguridad de que la gente apoyaba el proyecto.

Meses y meses de planeación, gestión de recursos, difusión y todo para qué, para que un hijo de la chingada se quedara con el crédito de su trabajo. Y pensar que no sólo se quedo con su trabajo.

Eran mediados de enero, llovía todo el tiempo y bajar al pueblo era cosa de locos, quien iba a pensar que llovería cuando debería de hacer frío -¡pinche calentamiento de mierda! Pero aún así necesitaba una cerveza o ya de menos unos buenos tragos de aguardiente pues la semana había estado muy dura. No acababan de soltar las semillas criollas que habían prometido, querían darles las porquerías transgénicas que venían del gringo y eso iba a retrasar el trabajo, todos temían que no se alcanzará a sembrar a tiempo. Toda la semana se la pasó en la capital del estado mentando madres y pidiendo que cumplieran con lo acordado, pero no consiguió nada, y lo peor es que en el pueblo siempre había ley seca, esta semana no era la excepción.

Así que con todo y la lluvia se bajo a la cabecera municipal, odiaba el lugar, sucio, corrupto, lleno de policías, militares, traficantes, y paramilitares, todos eran de la misma familia, o del mismo partido, como quieran verlo. Lo único que extrañaba de esa vida era el alcohol que se vendía más que la leche. Al llegar a la cantina pensó que su alcoholismo iba en aumento, no le importaba mientras no afectara su trabajo, por eso estaba ahí.

Entró a la cantina y miró como a quince tipos, la mitad se caía de borracho, la otra mitad se veía ya muy pasado. Al fondo del salón había algunas parejitas fajando y detrás unas diez prostitutas esperando cliente, la mayoría no tenían ni veinticinco años y dentro de diez se estarían muriendo de alguna enfermedad venérea. En eso se encontró a Juan, no le extrañó verlo ahí, era un tipo chambeador pero mucho más alcohólico que ella. Se acercó a su mesa y empezaron a platicar del trabajo.

-¿Cómo ves mi Juan? Tú crees que nos den la semilla.

- Si no lo hacen saben que el lugar se prende, somos dieciséis municipios nada más pero si nos hacen encabronar nadie vuelve a subir, y pues, de hambre no nos pueden matar, ya nos acostumbramos a mal comer, el hospital está arriba y quién pierde son ellos ¿quién les va a bajar su pinche yerba y de dónde van a sacar el café para la Nestlé? No Lucha, usted no se preocupe ya sabemos a lo que vamos y no hay quién se raje, na´mas porque se presentó este proyecto, pero tú sabes que andamos calientes desde hace años.

El tipo de enfrente los miró, era un paramilitar, no le tenían miedo, sabían que sin ordenes no eran capaces de hacerles nada, además el vivía arriba, si intentaba algo jamás podría regresar a su casa. Además, ahí todos se conocen y saben de que lado juegan los demás, la bronca empezaba cuando las órdenes venían de arriba y ahorita el gobierno le estaba jugando a la apertura y las "oportunidades", a ver cuanto duraba. Lo bueno era que con la gente de arriba no se metían, los que se chingaban eran los del municipio, por agachones tenían que aguantar a los militares y a la bola de narcos que no los dejaban en paz, arriba la justicia era otra, pero muchos encarcelados había costado.

Después de varios aguardientes Lucia y Juan empezaron a bailar, ella ya estaba muy borracha y él, como buen lugareño necesitaba más de media botella para marearse. Ella lo admiraba, era un tipo recio, entrón, y con los ideales bien puestos, le fascinaba estar en sus brazos y beber con él, se sentía a gusto y sobre todo muy segura. Él también la admiraba, no entendía que hacia alguien de la capital ahí en la montaña. Ambos sabían que todo aquello se encendería muy pronto, lo de adentro y lo afuera.

-Ya no puedo Juan, vámonos a casa de Meche.

- Oh espérate, o me vas a quedar mal. Si tengo algo importante que decirte.

- No manches pinche Juan, ahorita todo se me va a olvidar.

-Entonces no te digo nada.

Y no dijo nada pero la apretó mucho más, quería sentirla toda, ella se dejó y por primera vez pensó en él como un hombre, así en serio, un hombre para ella.

-Espérate.

-¿Por que?

-Es que vas a hacer que haga una tontería.

En ese momento el estuvo seguro, la beso, la abrazo, se rieron juntos y salieron de la cantina, fueron a casa de Meche, ella tenia las llaves y Meche estaba en una de las comunidades por una reunión. La casa era de ellos y no la iban a desaprovechar.

Después de los besos vinieron las caricias, ella tocaba ese pecho que ya antes había deseado, un pecho de hombre de campo. Ambos desabrocharon sus camisas y soltaron sus cabellos, los de él eran mucho mas largos y negros. Se tumbaron en la cama, hacía mucho que Lucia no tenia sexo con nadie, y disfruto de cada caricia. Juan la recorría con su lengua de pies a cabeza, las piernas, las caderas, su sexo, ella estaba hirviendo por dentro y el se daba cuenta cada que su lengua la penetraba. Así pasaron toda la noche, hasta que ninguno de los dos aguanto más llego el ansiado orgasmo. Amaneció. Sus miradas encontraron a sus cuerpos entrelazados.
Eran las seis de la mañana, hacia horas que debían estar en el campo. Las sonrisas se mezclaban con los abrazos, las miradas se entrelazaban con los besos. Tuvieron que emprender el viaje de vuelta a la montaña, sólo que ahora ya no se sentían tan solos.......

domingo, 25 de enero de 2009

El viento

Hace algunos años conocí al viento. Nos encontramos en medio de la noche, yo estaba mirando la ciudad desde el grotesco edificio que se había hecho en honor al cambio, aquel que parece una casita y que se construyó cuando la gente tenía esperanza en el futuro. Estaba pensando en la forma de tirar aquel monstruo de piedra cuando sentí su presencia, venía justo detrás de mí, dí la vuelta y pude apreciar como volaban mis cabellos mientras sentía el frío que envolvía mi cuerpo. Él me saludo, como si me conociera de años me preguntó si quería dar la vuelta a su lado, yo no podía resistirme y al momento le dije que si, entonces volamos juntos encima de la ciudad por diferentes altitudes y temperaturas. Volamos hasta una montaña donde quiso contarme su historia.

El viento me dijo que había nacido hace mucho tiempo, en medio de la locura y la oscuridad, ahí creció muy solo, es por eso que disfrutaba de la compañía aunque nunca sabia como conservarla. Me contó que le gusta seguir a la razón porque disfruta conocer un poco de todo, sabía que al final su destino siempre lo llevaba a vivir en el caos y quería que al menos por momentos su vida fuera regida por algunas reglas. Por eso le gusta seguir rutas y crear corrientes, porque eso le proporcionaba mucha quietud y le permitía recibir y dar felicidad. Pero el viento es un espíritu libre que a veces disfruta de dejar las rutas y romper las corrientes para irse a cualquier lado, no lo hace muy seguido porque sabe de los destrozos que ocasiona, sin embargo, le gusta correr lo más rápido que puede aunque rompa todo a su paso.

Yo vi al viento con algo de nostalgia, me contó de amigos que hace años que no ve, de costumbres que ya había roto, de sueños que perdió en algún lugar y me dí cuenta que le gustaría correr muy rápido otra vez y olvidar los compromisos que tiene con la vida. Y es que, ahora es un viento muy ocupado, tiene que recorrer el mundo y cumplir con los compromisos adquiridos con las nubes, los ríos y el océano, no puede darse ni un tiempito para correr pues sabe que la vida de mucha gente depende de él.

Desde ahí el viento y yo nos hicimos amigos, algunas noches, muy pocas, las hemos pasado juntos contándonos nuestras historias y nuestros sueños, a veces gustamos de acariciarnos, pero yo no me encariño porque sé que él tiene que irse a cumplir con sus deberes, pero desde entonces trato de vivir lo más libre que puedo, para que cuando sienta ganas de ir corriendo por el mundo me encuentre lo más libre que se pueda.

Yo sé que un día no veré más a ese cálido viento y ese día seré muy feliz por él, porque sera el día que corra y se reencuentre con su libertad.

miércoles, 21 de enero de 2009

Y no me sonrojo

Yo tampoco me sonrojo, es historia conocida, pero velada, incluso para nosotros.
La costumbre dice que es necesario el sexo para vivir juntos y el amor para tenerlo.
No quiero estar junto a tu cuerpo, pero no me sonrojo si te digo que te quiero.
No necesito jadear a tu lado para decirte compañero.
No necesito sentir la humedad de tus labios para escribirte que te amo.
Aquí estamos, luchando juntos frente a los prejuicios propios y extraños; compañeros incansables de causas por siempre perdidas, y sin embargo, seguimos peleando, de pie, como hace doce años.
Nuestra historia, la historia de muchos, pareciera necesitar otro mundo, uno más libre, menos preocupado, tal vez un mundo más loco.
No me sonrojo si te digo que te quiero, porque te quiero libre, en otro espacio, para otros tiempos, muy lejos de aquí.