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domingo, 8 de marzo de 2009

...Y aunque te ame con locura, ya no vuelvas....


La paloma voló por un tiempo, la soledad de sus vuelos la llevo por paisajes, ríos, cuevas y montañas. Un día, desde el aire, vio un gran agujero en la tierra, al lado había un balde vacío y unos zapatos de mujer. El hoyo se encontraba a mitad de un desierto. La imagen la intrigo y decidió echar un vistazo.

Cuando se asomó, descubrió que era un pozo. La humedad de sus paredes provocaba que un aire fresco circulara en su interior. Aquel lugar despedía un olor muy particular, era la mezcla de flores y frutas. Después de días de volar entre dunas interminables, aquella atmosfera parecía salida de un paraíso. Se quedo unos momentos asomando la cabeza, desde la orilla, para ver si es que encontraba el fondo y de paso sentir aquel vientecillo. Más tarde se le ocurrió que ese pozo seguramente tendría agua, y por qué no, tal vez hasta algún árbol.

Respiro profundo y voló al fondo de la oscuridad, pasaron minutos, horas, el aire se sentía más frío y el olor era perturbador. No había agua, ni árboles; ya ni siquiera volaba, sólo se dejaba caer. En el descenso el sueño se apoderó de ella, perdiendo toda noción del tiempo.

De súbito, un aire más helado aun la despertó, se dio cuenta de que había dejado hace tiempo de volar, miró hacia arriba y pudo ver una pequeña luz blanca; recordó la amplitud del mundo y la calidez del sol. Sólo entonces decidió ascender y salir de ese agujero. Abrió sus alas y justo cuando iba a dar el primer aletazo, sintió que sus patas se sumergían en un líquido tibio. La sed que sentía volvió a su mente; se sumergió en esa agua con sabor a frutas, nadó y bebió, olvidando por momentos el respirar. La felicidad, la paz y el placer que sentía en aquel pozo la hicieron olvidarse de la vida y del cielo. Pasaron días enteros. Toda el hambre, la sed y el cansancio desaparecieron, hasta que se olvidó de volar. El agua frutada lo era todo, era su vida, su espacio y su tiempo; su aire, su presente, su pasado y su futuro. Nada necesitaba, el pozo lo llenaba todo.

Cuando dormía, flotaba en las aguas y en esa oscuridad la soledad era tan absoluta que incluso sus pensamientos hacían eco en aquel espacio. Pronto aprendió a percibir cada movimiento del agua, y pudo sentir los movimientos del viento y de la arena del desierto, pensó en sentir otra vez ese viento en su rostro y dejar que el polvo se le incrustara en los ojos.

-Algún día regresaré y mis alas partirán el cielo.

Pero no regresó. Un día, en medio del agua, encontró un animal, una salamandra. No podía verla, pero sintió su piel lisa y su cola larga. Reconocieron con el tacto cada parte de sus cuerpos y nadaron juntas en aquella oscuridad.

La salamandra era un habitante antiguo del pozo, el cual, muy al fondo, estaba lleno de cuevas y pasadizos que conectaban al desierto con el bosque, la selva y los pantanos. Este reptil solía vivir en todos lados, pero a veces, cuando los ataques de otros seres la dejaban sin algún miembro, regresaba al pozo aquel y dejaba que las aguas sanaran sus heridas.

Al encontrarse a la paloma le enseño los pasajes y salidas.
-Podrás regresar y partir el viento.
La paloma lo pensó por veinte noches, y decidió no regresar. El pozo aquel, sus cuevas y cascadas subterráneas serian su nuevo hogar, la oscuridad sería su nueva luz y el agua su nuevo cielo. Al igual que la salamandra, su cuerpo había sido mutilado, pero sus heridas eran tan profundas que podrían pasar años antes de regresar.
–El corazón de la tierra será mi nuevo hogar, aprenderé a volar en el agua y mis alas harán que la tierra tiemble.

La salamandra sonrío al escucharla, y pensó que había encontrado una compañera con la que podría compartir la vida.

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