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domingo, 25 de enero de 2009

El viento

Hace algunos años conocí al viento. Nos encontramos en medio de la noche, yo estaba mirando la ciudad desde el grotesco edificio que se había hecho en honor al cambio, aquel que parece una casita y que se construyó cuando la gente tenía esperanza en el futuro. Estaba pensando en la forma de tirar aquel monstruo de piedra cuando sentí su presencia, venía justo detrás de mí, dí la vuelta y pude apreciar como volaban mis cabellos mientras sentía el frío que envolvía mi cuerpo. Él me saludo, como si me conociera de años me preguntó si quería dar la vuelta a su lado, yo no podía resistirme y al momento le dije que si, entonces volamos juntos encima de la ciudad por diferentes altitudes y temperaturas. Volamos hasta una montaña donde quiso contarme su historia.

El viento me dijo que había nacido hace mucho tiempo, en medio de la locura y la oscuridad, ahí creció muy solo, es por eso que disfrutaba de la compañía aunque nunca sabia como conservarla. Me contó que le gusta seguir a la razón porque disfruta conocer un poco de todo, sabía que al final su destino siempre lo llevaba a vivir en el caos y quería que al menos por momentos su vida fuera regida por algunas reglas. Por eso le gusta seguir rutas y crear corrientes, porque eso le proporcionaba mucha quietud y le permitía recibir y dar felicidad. Pero el viento es un espíritu libre que a veces disfruta de dejar las rutas y romper las corrientes para irse a cualquier lado, no lo hace muy seguido porque sabe de los destrozos que ocasiona, sin embargo, le gusta correr lo más rápido que puede aunque rompa todo a su paso.

Yo vi al viento con algo de nostalgia, me contó de amigos que hace años que no ve, de costumbres que ya había roto, de sueños que perdió en algún lugar y me dí cuenta que le gustaría correr muy rápido otra vez y olvidar los compromisos que tiene con la vida. Y es que, ahora es un viento muy ocupado, tiene que recorrer el mundo y cumplir con los compromisos adquiridos con las nubes, los ríos y el océano, no puede darse ni un tiempito para correr pues sabe que la vida de mucha gente depende de él.

Desde ahí el viento y yo nos hicimos amigos, algunas noches, muy pocas, las hemos pasado juntos contándonos nuestras historias y nuestros sueños, a veces gustamos de acariciarnos, pero yo no me encariño porque sé que él tiene que irse a cumplir con sus deberes, pero desde entonces trato de vivir lo más libre que puedo, para que cuando sienta ganas de ir corriendo por el mundo me encuentre lo más libre que se pueda.

Yo sé que un día no veré más a ese cálido viento y ese día seré muy feliz por él, porque sera el día que corra y se reencuentre con su libertad.

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